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Relación con los hijos, ¿comodidad o crecimiento?

Relación con los hijos, ¿comodidad o crecimiento?“No le digas que eso no lo puede hacer, a ver si nos montará un numerito”; “Ya recogeré yo los juguetes, que voy más deprisa que él”; “Que no coma la verdura, a mí tampoco me gustaba cuando era pequeño”; “Cómprale lo que pide pobre, que sino se pondrá a llorar”; “No le quites el móvil, que así se entretiene y los grandes podemos comer tranquilos”; “Regalémosle el videojuego que pide aunque no sea para su edad, porque sino seguro que enfada”; “Déjale ver la tele aunque sea tarde y así tendremos un rato de calma”, y entre una cosa y otra nos plantamos en la adolescencia sin que nuestro hijo haya oído nunca un “no”, ni le hayamos puesto nunca unos límites claros.

Querer los hijos y las hijas significa también acompañarles en su proceso de crecimiento, y en este proceso es al adulto al que le corresponde ayudar al niño a discriminar lo que está bien de lo que no lo está; y, por tanto, permitir determinados comportamientos y prohibir otros, aunque ello suponga tener que hacer frente a más de un conflicto y contener más de un disgusto infantil o más de una pataleta. Un buen hábito cuando nos relacionamos con nuestros hijos o hijas puede ser pensar preguntarnos: ¿esto lo hacemos por el crecimiento y autonomía de nuestro/a hijo/a? ¿O por comodidad nuestra para evitar hacernos enfrentamientos?

A veces a los padres nos resulta complicado poner límites a nuestros hijos e hijas. A menudo llevamos un ritmo de vida bastante acelerado, intentando compaginar de la mejor manera que podemos el trabajo y la familia. Y lo último que deseamos cuando llegamos a casa, cansados y, porque no decirlo, sintiéndonos un poco culpables por no dedicar suficiente tiempo a los hijos/as, es tener que prohibir cosas y decir que no a algunas de las sus demandas. Cedemos fácilmente a sus exigencias a cambio de un rato de calma y tranquilidad.

Esta situación no tiene más consecuencias si tiene lugar de forma esporádica; pero, si el carácter habitual que rige la familia es de excesiva permisividad sin que haya un establecimiento claro de límites, la cosa cambia. Todas las personas implicadas activamente en la educación comprobamos, día a día, que el cariño, genuino e incondicional, es requisito imprescindible pero no suficiente para la educación de los niños/as. El adulto ha de ser capaz de adaptarse a las necesidades que tienen éstos en cada momento, intentar ver el mundo desde la óptica infantil para no caer en imposiciones absurdas y rigideces carentes de sentido para el niño/a; pero a la vez el adulto ha de ser capaz de acoger y contener con firmeza las rabietas, las angustias y las ansiedades infantiles que se desencadenan ante una negativa, una prohibición o una contrariedad. Que nuestras acciones les guíen sobre todo el deseo de hacer que nuestras criaturas sean más autónomas y maduras.

Relación con los hijos, ¿comodidad o crecimiento?Todos los niños y niñas necesitan que se les establezcan unos límites y que los adultos les digan “no” ante determinadas situaciones o demandas. Aunque de entrada pueda parecer que contrariamos al niño y que éste acepta mal nuestra negativa o nuestra prohibición, a la larga, el establecimiento de unos límites claros y coherentes tiene un efecto beneficioso para el crecimiento de los niños y las niñas. Un niño o niña que consigue todo lo que quiere, y que cuando el padre o la madre le dicen “no” es capaz de convencerlos haciendo una rabieta, es una criatura que crecerá pensando que ella es más fuerte que sus padres, de los cuales no puede esperar la protección y seguridad que todo niño necesita los primeros años de vida. Será probablemente una niña o un niño inseguro, irritable y con poca tolerancia a la frustración. La estimación, por tanto, debe ir siempre acompañada de un guía y unas pautas claras que ayuden al niño a desarrollar sus capacidades y emociones en el entorno social en que vive.

Sin embargo, hay que recordar que la disciplina sólo se ejerce adecuadamente cuando se combina el afecto y el control de una manera equilibrada; y también que lo que más influye en nuestros hijos no es lo que decimos, sino cómo “somos”. Con esto queremos decir que la educación no sólo revisar nuestra forma de relacionarnos con ellos, sino revisar también nuestra forma de ser como personas.

Una reflexión final: los límites son necesarios para el desarrollo armonioso del niño porque le dan seguridad y protección, y son una referencia a tener presente cuando afronta situaciones nuevas. Asimismo, aceptar que existen límites a sus deseos, hace que el niño vaya siendo capaz de tolerar y superar la frustración que esto le supone; y le ayuda a desarrollar el autocontrol. Sabemos que la aceptación de los límites es costosa y que hay que aprender… ¿y quién mejor que los adultos que le quieren para iniciar al niño en este aprendizaje?


Isabel Torras Genís
Doctora en psicología
Profesora de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés

Fundació Pere Tarrés

Comunitat activa de mestres
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