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Las aulas, laboratorios de creación artística y científica

De las muchas clases teóricas de ciencias en la Universidad, disfruté y aprendí poco: no tuve tiempo de levantar la cabeza de la mesa, ni dejar de transcribir la totalidad de lo que se dictaba en el aula para, más tarde , trasladarlo en un examen. No culpabilizo al profesorado, que seguro se ajustaba a un currículo inmenso e irrenunciable, pero sí a un sistema que me había alumnizado como estudiante novel de ciencias ya la manera de entender y estudiar ciencia. Escuchar, copiar y reproducir, incluso en las clases más prácticas. Un aprendizaje memorístico que dejaba poco tiempo en la reflexión, en compartir, en hacerse preguntas y en imaginar colectivamente. Con el tiempo, aprendí a sobrevivir en un sistema individualista y competitivo, plano y sin purpurina.

Las aulas, laboratorios de creación artística y científicaPor suerte, el aprendizaje es caprichoso y aparece en cualquier lugar y momento: cuando el tiempo y la calma me lo permitían, intentaba ordenar apuntes y esquemas y era entonces cuando surgían el color, el movimiento, las texturas y el ruido. Me imaginaba sentada sobre una pequeña mitocondria, admirando el espectáculo celular que intentaba traducir de aquellas clases teórico-tóxicas (Acaso, 2009) de la universidad. Sin embargo, aquellas descripciones científicas tenían la capacidad de trasladarme a mundos remotos de calma y silencio, donde la mirada contemplativa y un lenguaje plástico me ayudaban a asimilar aquellos conocimientos de una manera profunda y fascinante, como la chica de Edward Hopper, sentada en la cama mirando por una ventana su “Morning sun”. El deseo de contemplar sentada sobre una mitocondria y entender la vida.

Observar cómo se deshacen los grumos de chocolate en polvo en un vaso de leche es una experiencia de aprendizaje científica y también estética. El arte y la ciencia son dos formas de entender el mismo mundo, de comprenderlo. Educar es desviar la mirada por descubrir (Garcés, 2015), y cuando el lenguaje artístico entra en las clases de ciencias aporta escenarios inagotables de experimentación, de creación y de intuición científica. ¿Por qué desperdiciar tanta potencia?

Ahora, desde una posición de “docente de ciencias”, posibilitar la entrada del máximo de lenguajes en los espacios clásicamente científicos es un placer y también un reto. En el aula es necesario que “pasen cosas” y el arte puede ayudar a divergir, a sacudir, a encontrar interrogantes, ya buscar nudos inesperados.

Las aulas, laboratorios de creación artística y científicaLa integración del pensamiento artístico en las ciencias debe ser mucho más que realizar una manualidad científica individual con ciertos criterios estéticos. Arte y ciencia son, de hecho, posibilitadores de un aprendizaje transformador y colectivo.

Un buen principio podría ser empezar a compartir lo que ocurre en nuestras clases y aulas, exponiendo resultados y, sobre todo, el proceso y el recorrido. Podemos romper muros entre disciplinas y trabajar de forma híbrida, mirar y tocar con materiales diversos para pensar ciencia, alimentarnos de obras y de artistas contemporáneos como recursos de inspiración e investigación sobre cualquier tema, introducir experiencias científico-artísticas, incluir elementos disruptivos generadores de preguntas, dar nombres sugerentes y cautivadores a nuestras clases y secuencias didácticas, convertir las aulas en laboratorios de creación tanto por el alumnado como por los docentes y disfrutar. Disfrutar mucho.

Los centros educativos deben ser centros de creación y difusión cultural, referentes al barrio, a la ciudad y al pueblo. La comunidad educativa debe reivindicarlos como espacios reales de democracia cultural, artística y científica, para convertirse en auténticos protagonistas de la acción educativa. Y las aulas son el punto de partida perfecto para iniciar estos procesos: ¡ciencia y arte al alcance de todos! Pero es aún más importante tener la certeza de que todas somos creadoras de cultura.

La ciencia y las artes comparten una forma auténtica de mirar al mundo, de replantearse las ideas, de deconstruirlas y rehacerlas de nuevo. El arte en las clases de ciencias amplía nuestro imaginario colectivo, permite cambiar de registro para aprender mejor, posibilita hablar de ciencia con diversidad de lenguajes y narrativas, potencia diversas formas de comprensión, ayuda a compartir y convierte las aulas en espacios seguros de aprendizaje. Ciencia y arte, juntas, desvelan un mundo de conexiones, bellezas e interrogantes. Sin vergüenza ni prejuicios.

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Docente. Instituto ca n’Oriac. Sabadell
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