La oralidad contra la dictadura de la imagen
Ofrecer de escuchar cuentos, leyendas, fábulas y mitos a las niñas y los niños de las escuelas… y después de que los hayan escuchado, que piensen y que imaginen. Esto es lo que se propuso en 2009 un colectivo de maestras jubiladas, el MARC (Maestras Abuelas Recuperadores de Cuentos). Son 16: Anna Alabern, Maria Altirriba, Neus Aragonès, Teresa Arrufat, Cinta Baiges, Pep Casas, Josepa Garcia, Cristina Herrando, Montse Lloveras, Carme Mestres, Mercè Mola, Núria Olesti, Rosa Maria Pujadó, Teresa Ribas, Consol Rovira y Maria Eulàlia Valeri. Y cuentan cuentos simplemente por el gusto de salvar la oralidad, la forma en que se ha transmitido durante más tiempo y en todas las culturas del mundo la esencia de lo que es cada territorio. Una oralidad que actualmente en los colegios va quedando arrinconada como método de aprendizaje ante el brillo del led.
Durante este decenio, muchas escuelas -hacia un centenar- han respondido a la llamada del MARC. Del Alt y el Baix Camp, del Alt y Baix Penedès, de la Anoia, del Bages y del Baix Ebre, Baix Empordà, Baix Llobregat, del Barcelonès, del Garraf, del Gironès, El Maresme, del Montsià y de Osona, del Priorat, de la Segarra y del Segrià, de la Selva, del Tarragonès, de la Terra Alta, Vallès Oriental y del Occidental. E incluso del Roselló. «Nos queda mucho trabajo por hacer: en el Principado tenemos muchos territorios a los que todavía no podemos llegar», nos dijo Montse Lloveras, una de las últimas incorporaciones del MARC, cuando nos recibió el mes de enero en su casa, en la Bisbal. «Pero trabajamos para hacernos presentes en cuantos más sitios mejor».
Así trabajan las recuperadoras de cuentos
Gracias a las gestiones de Montse, hemos tenido la suerte de asistir a tres sesiones del MARC en el Bosc de la Pabordia, una escuela de Girona. Este centro, además de hacer suyos los aularios prefabricados en que trabajan con mucha imaginación y buen gusto –no había visto unas barracas tan floridas y llenas de vida-, se ha propuesto desde hace algunos cursos de ofrecer a sus alumnos de escuchar estas narraciones contadas por personas que bien podrían ser sus abuelas.
Una mañana de primavera en pleno febrero, nos hemos encontrado en la sala de maestros a las nueve de la mañana con María Altirriba, Teresa Ribas, Consol Rovira, Montse Lloveras, Cinta Baiges y Cristina Herrando, todas abuelas, todas maestras jubiladas, todas de la Asociación de Maestros Rosa Sensat, todas preparándose para entrar en las aulas. Y hemos entrado con ellas y las profesoras que nos han acogido a las sesiones. A primera hora, quinto; a continuación, cuarto; y después del patio, P5. Y, en cada aula, hemos visto cabezas atentas a los relatos; hemos notado complicidad entre narradora y oyentes, proximidad, confianza; hemos sentido risas de connivencia, respuestas, preguntas, canciones y coplas, trabalenguas, frases hechas, dichos y refranes. Un alud de lengua oral ha pasado por el bosque icónico donde viven los niños. Y no ha sucedido nada extraño, todo ha sido natural. Cada narradora ha usado su estilo: más reposado o más dinámico, más coloquial o más dramático, más distante o más cercano. Y cada oyente habrá hecho crecer sus sensaciones, sus personajes, sus paisajes a partir de las palabras sentidas. Lentamente, sin girar ninguna página, sin pasar niveles.
Sentarse y escuchar
Quizás el remedio sea este. Seguramente el cuidado que puede ayudar a paliar el dolor de pantalla está inventado hace milenios y no nos habíamos dado cuenta. Y sólo consiste en sentarse en una silla de anea o en el suelo o sobre la hierba en un prado reluciente de verdor o al borde del fuego o en un aula… y escuchar. Escuchar la voz impostada y teatral de María, que cuenta vocalizando el caso de la princesa que se vuelve una paloma blanca en El amor de las tres naranjas; entrar en el relato tierno y cercano, familiar, de Consol, en la que el Epaminondes, un niño estadounidense con nombre de general griego, no acaba de entender lo que le quiere explicar su madre; o seguir la narración de Teresa, en las palabras de la que laten los bosques rusos, un hueso algo malvado, una niña, sus abuelos y una cesta de buñuelos.
Licenciado en Filología Catalana y escritor