Una educación que separa niños y niñas no es educación
La escuela no puede ser ajena a la vida, debe contener las diversidades y las complejidades que cada niño vive en el día a día. Una escuela que separa niños y niñas siempre será vivida como un artefacto extraño que no tiene nada que ver con la vida.
Hace unos meses el Tribunal Supremo acordaba considerar que escolarizar niños y niñas de manera separada no es ninguna segregación que vulnere derechos, y que las escuelas que lo hacen deben recibir el mismo dinero de la Administración que las escuelas que escolarizan niños de cualquier sexo y género juntos. La reacción de la comunidad educativa, incluso la innovadora, no ha sido muy potente, y todo ha quedado para los periódicos debates ideológicos. (Por si alguien tiene la tentación de pensar que es cuestión de «las Españas», recuerdo que hace bastantes años que la Generalitat subvenciona los centros que separan exactamente igual que los que no lo hacen, aspirando a que un día u otro esta práctica se considere aceptable, normalizadora).
¿Tan secundario es el tema?
¿Es tan sólo una cuestión de políticas educativas diferentes? Creo que no son posibles los matices. Una educación que voluntariamente separa chicos y chicas no es educación. Es una manera de educar que vulnera los derechos de los niños. Es una imposición dogmática adulta que prescinde totalmente de la perspectiva de los niños y adolescentes. La ley educativa que lo permite y las sentencias que la defienden no son otra cosa que legalidades adultas. Responden a pretensiones de los padres y los poderes de la Iglesia que algunos grupos políticos representan. Pero ni la ley ni las sentencias pasarían un análisis jurídico riguroso que se molestara a considerar lo que llamamos «el interés primordial del menor» (un concepto que invocamos cada vez que no lo queremos cumplir). La legalidad es importante y garantiza muchas cosas, pero nunca otorga a un hecho bondad educativa.
La escuela no puede privar de partes significativas de humanidad. ¿Por qué lo escribo con esta contundencia? Muy sencillo: estoy harto de tratar de arreglar en la adolescencia daños provocados voluntariamente (se podían haber evitado) en la infancia; estoy harto de recibir demandas de «tratamiento» adolescente cuando lo que necesitan los chicos y chicas es ser libremente adolescentes entre adolescentes diversos. Un crecimiento evolutivo equilibrado, un desarrollo de la propia manera de ser, una construcción de la propia idiosincrasia, sólo son posibles si la vida se produce en una permanente interacción con la diversidad humana. El valor de los besos se descubre desde que los niños y las niñas se ensucian juntos en el arenero del patio o exploran un cuerpo infantil por descubrir. Pero incluso la capacidad de aprender a calcular se desarrolla adecuadamente si las formas de aprender las tablas también tienen género. La felicidad infantil nace también cuando los niños pequeños se comparan con las niñas o viceversa.
La segregación socioeconómica no es aceptable, porque genera exclusión y priva a una parte de los niños de significativas experiencias educativas. La segregación por sexo no es aceptable, porque genera seres privados de partes significativas de humanidad. El ser humano es singular y diverso, y puede llegar a serlo, puede convertirse en amigo del que no es como él mismo, en la medida que convive en la parte más significativa de su vida (la escuela lo es) en permanente interacción con la diversidad, comenzando por los niños y las niñas y, después, descubriendo la pluriforme diversidad de géneros.
El permanente retorno de los dogmas y la escuela del siglo pasado
El derecho condicional de los padres y madres de educar a los hijos según su modelo de vida tiene unos límites significativos cuando todo se mira desde la perspectiva y los derechos de los niños. No existe el derecho de adoctrinar y clasificar de acuerdo con nuestros dogmas adultos. ¿Por qué los quieren tener separados? Porque tienen un dogma sobre la sexualidad que no quieren que ninguna experiencia cotidiana demuestre que es discutible o sólo una de las opciones posibles. Pero no existe verdadera educación si lo que uno aprende no puede ponerse en crisis algún día y asumirlo -o no- como propio. La «bondad» de la vida no puede ser definida e impuesta, de manera reducida y sesgada, por unos adultos vitalmente sectarios.
Está claro que, en tiempos de evidencias científicas, siempre se puede invocar la falsa teoría de que las chicas aprenden mejor separadas, sin el estorbo de tener al lado chicos que pasan de incubar o hacer los deberes. Pero, incluso en este caso, deberíamos descubrir si los efectos negativos de la separación no son infinitamente superiores a los de la pretendida mejora en algunos aprendizajes. Incluso teniendo en cuenta las evidencias mayoritariamente aceptadas sobre cómo aprenden los chicos y las chicas, tenemos que aceptar que el mejor aprendizaje es el interactivo, cuando éste se produce en contextos de diversidad múltiples. Muy pocas veces la homogeneidad, por uno u otro criterio, es útil para aprender. Si no se quiere discutir de principios, como mínimo tenemos que dejar claro que enseñar a chicos y chicas por separado es pedagógicamente y didácticamente retrógrado.
Si el debate ya nos cansa, creo que podríamos utilizar un argumento (como se decía antes) «de perogrullo»: si la escuela debe ser una continuación de la vida, si se aprende fuera de la escuela y se educa dentro, si la educación tiene fuentes y contextos múltiples… la escuela no puede ser ajena a la vida, debe contener las diversidades y las complejidades que cada niño vive en el día a día. Una escuela que separa niños y niñas siempre será vivida como un artefacto extraño que no tiene nada que ver con la vida.
He dedicado una parte de mi vida profesional a la defensa de los derechos de los niños y no tengo mucha esperanza en conseguir que el poder político, las leyes y los tribunales impongan el cumplimiento a los padres y madres. No sé cómo conseguir denunciar que no tienen ningún derecho a separarlos y que lo que hacen no es la educación que sus hijos necesitan. No lo veremos nunca porque el poder siempre es de los adultos y los niños no tienen nada que ver con los programas políticos y las votaciones. Pero, si no lo conseguimos diciendo que educar separadamente no es educar, como mínimo tenemos que imponer a la política otro eslogan: la educación como derecho y servicio público nunca puede aceptar la separación por sexos. Aceptarlo vendría ser como si la conselleria encargara a los maestros hacer buenas ladrillos.
Jaume Funes @JaumeFunes
Psicólogo y educador
Miembro de la Junta Rectora de Rosa Sensat
Interessant, pero no és un tema senzill. L’autor podria ser més objectiu. A Espanya és una cosa, i és que la majoria de les escoles separades d’aquí tenen un vincle amb l’esglèsia, pero a altres païssos més desenvolupats, s’està tornant a l’educació separada per diverses raons. Per exemple: https://www.lavanguardia.com/vida/20110822/54202753055/david-chadwell-la-educacion-diferenciada-debe-ser-una-opcion-mas-para-los-padres.html
No crec que hem de posar tabús quan l’educació té de passar per davant de les ideologies, siguin de dretes o d’esquerres.