Sobre las masculinidades en la educación
Aún hoy se detecta una gran ausencia de los hombres en las escuelas infantiles. La razón, el estereotipo cultural demasiado extendido que al niño sólo se le debe acoger en términos de cuidado. Idea que contrasta con la realidad de los países nórdicos, donde el porcentaje de hombres y mujeres maestros está mucho más equilibrado.
En estos tiempos de datos cuantitativos y comparativas, nos llegan informaciones en relación a los conceptos educación y género que deben ser motivo de reflexión:
- El porcentaje de mujeres que cursan carreras técnicas y científicas es significativamente inferior al de los chicos.
- Según los datos de 2016, al grado de Educación Infantil de las universidades catalanas el porcentaje de los estudiantes hombres, de nuevo ingreso, era entre un 4% y un 6%.
Para el primer punto, se han impulsado muchas iniciativas institucionales dentro de los programas educativos STEM (acrónimo de Science, Technology, Engineering and Maths) para promover las vocaciones científicas entre las chicas que cursan la ESO. Sin duda una buena medida, que constata que en el trayecto educativo hay algo que hace que las chicas no se acerquen a los ámbitos técnicos y científicos.
Para el segundo punto, en cambio, no invierten ni se dedican esfuerzos, recursos o apoyos. ¿Qué hacer para cambiar esta tendencia, sin ninguna herramienta, y que nos podamos encaminar hacia una igualdad de oportunidades minimizando las diferencias derivadas por el género? ¿No hay vocación entre los chicos para escoger un grado de infantil? ¿O no hay información? ¿O lo que hay son muchos prejuicios?
Seguramente la falta de referentes cercanos a las escuelas tiene un efecto espejo. Si no hay hombres en las guarderías o los parvularios será porque culturalmente no son relevantes.
Es evidente que hay pocos hombres en profesiones vinculadas a la salud, la educación y el bienestar, en 0-6. La razón podría ser el estereotipo cultural demasiado extendido que al niño sólo se le debe acoger en términos de cuidado. Esta idea contrasta con la realidad de los países nórdicos, donde el porcentaje de hombres y mujeres maestros está mucho más equilibrado. Seguramente la falta de referentes cercanos a las escuelas tiene un efecto espejo. Si no hay hombres en las guarderías o los parvularios será porque culturalmente no son relevantes. Los estereotipos mediáticos no ayudan tampoco a percibir la figura del maestro hombre. En todo caso, esta figura se relaciona con etapas educativas de niños más grandes.
En cuanto a la perspectiva histórica, económica, social y de género, y de forma muy influyente en la escolarización obligatoria, se dividen los trabajos en trabajos más masculinizadas, que requieren ejercer más la autoridad, y otros más feminizadas, con una elevada función de cuidado. A menudo estas diferencias tienen que ver con la ambición profesional, el poder económico y con el prestigio social.
Es esencial percibir el efecto de la maestría en las edades tempranas.
Ante estos hechos, el primer escollo a superar es el planteamiento de un discurso profesionalizador donde se visualiza sólo el marco económico y de poder. Hay que poner más en evidencia los valores vinculados al campo educativo para invertir estas ideas. Sin un modelo educativo asociado a la calidad democrática y de ciudadanía no hay garantía de que el activo de un país avance positivamente.
Es esencial percibir el efecto de la maestría en las edades tempranas. Y hay que hacerlo también con programas como STEM, poniendo la semilla en los estudiantes de secundaria. Pero sobre todo con un objetivo más político y social al que no debemos descuidar: trabajar y exigir más prestigio social para los niños más pequeños.
Es aquí donde hay un encuentro entre la poca consideración de la mujer al mundo del trabajo, y el desinterés político y social hacia todo lo que tiene que ver con los niños pequeños. Estamos seguros de que la relación entre estos dos aspectos están en la raíz del problema y que la ausencia de los hombres en las escuelas infantiles son sólo el síntoma.