EL CEREBRO MATEMÁTICO
Hay muchas personas que piensan que las matemáticas son complicadas, y tienen un cierto “miedo a los números”. También hay quien dice que los niños son mejores en matemáticas que las niñas. ¿Son mitos o certezas? ¿Qué datos nos aporta la neurociencia sobre el cerebro matemático?
El interés por el cerebro matemático me desveló hace casi una veintena de años, en 1999, a raíz de una publicación en una revista de educación, Educational Research. Un estudio reciente, publicado en Psychological Science a principios de año, me ha refrescado la memoria. En la mayor parte de sistemas educativos de todo el mundo, en los estudios técnicos, como las ingenierías, y en algunos de ciencias como física y matemáticas, que tienen en sus currículos una fuerte presencia de las matemáticas, hay muchos más chicos matriculados que chicas.
Este hecho ha propiciado que muchas personas presupongan que es una cuestión de diferencias biológicas entre el cerebro masculino y el femenino, que por algún motivo predispone a los chicos a ser más eficaces en esta materia. Esta diferencia a la hora de elegir estudios se mantiene actualmente, aunque no sea tan acusada como veinte años atrás. Por ejemplo, según un estudio realizado en agosto de 2017 en EEUU, sólo el 27% de los estudiantes de matemáticas son chicas.
En matemáticas, al nacer los cerebros masculino y femenino no son significativamente diferentes, lo cual no quiere decir que, por el contacto social, no se acaben estableciendo algunas diferencias. Os cuento el experimento.
La sorpresa de este trabajo que menciono, el de 1999, y que ha sido corroborado por otros, es que las diferencias existen (antes de enfadarse os, continúe leyendo, por favor, porque enseguida verá porque lo digo) . Pero no forman parte del patronaje básico del cerebro, sino que se van adquiriendo sutilmente durante la niñez, por aprendizaje, a través de la percepción que tienen los niños de la valoración que hacemos los adultos de sus capacidades. En matemáticas, al nacer los cerebros masculino y femenino no son significativamente diferentes, lo cual no quiere decir que, por el contacto social, no se acaben estableciendo algunas diferencias. Os cuento el experimento.
Pusieron sistemas de grabación ocultos en varias clases de primaria, y se fijaron en la interacción entre el profesorado y los alumnos durante la clase de matemáticas. Observaron que, de manera sutil y completamente inconsciente, el mensaje que transmitían los profesores hacia los alumnos era diferente en función de si eran niños o niñas, y con independencia de que el profesor fuera un hombre o una mujer. Si hacían una pregunta a un alumno y éste respondía correctamente, la cara de aprobación del maestro era más intensa en los niños que en las niñas. Y viceversa cuando erraban la respuesta.
Dicho de otro modo, sin saberlo hacían que los niños se sintieran más seguros que las niñas, lo que, poco a poco, sutilmente, va alterando los circuitos neuronales implicados en los sentimientos de recompensa. Y esto hace que, al final, los niños suelan sentirse más satisfechos de sus progresos en matemáticas que las niñas. Y la satisfacción es crucial.
La forma en que nos miramos a los alumnos condiciona el desarrollo de su cerebro a través de la confianza y la autoestima que les transmitimos
Aquí es un entronca el trabajo del 1999 que he desenterrado de mis archivos con el publicado en 2018. Según este otro trabajo, se puede predecir el éxito académico de los estudiantes en matemáticas a través de su actitud positiva hacia esta materia. Es mucho más importante su actitud, que nace de la autovaloración que ellos mismos se hacen, la cual a su vez se nutre de la valoración que hacemos los adultos y la refleja, que no el cociente de inteligencia.
La forma en que nos miramos a los alumnos condiciona el desarrollo de su cerebro a través de la confianza y la autoestima que les transmitimos, también en una materia aparentemente tanto racional como las matemáticas. Porque a pesar de las matemáticas sean racionales, la manera que tenemos de aprenderlas es también a través de las emociones. Las emociones positivas generarán confianza, y las negativas, como el miedo, desconfianza y rechazo.
En este sentido, tenemos otro elemento a considerar. Una de las maneras instintivas que tienen los niños de aprender las actitudes es imitando las de los adultos. En primaria, que es cuando el cerebro establece los circuitos básicos de la lógica-matemática, la mayor parte de profesionales son profesoras, y la gran mayoría han realizado bachilleratos sociales, humanísticos o artísticos. Las que provienen del bachillerato científico o tecnológico son porcentualmente pocas.
A pesar de todas conozcan bien la materia a transmitir, es posible que inconscientemente no se sientan tan seguras vez de explicar matemáticas -es también el que aprendieron inconscientemente cuando eran niñas-, y esta relativa inseguridad es captada por los niños. Lo pueden captar, en su caso, tanto las niñas como los niños. Pero si el maestro es una profesora, como suele ser el caso, por imitación repercutirá con más intensidad en las niñas que en los niños, dado que los niños tienden a imitar mucho más frecuentemente las personas de su género -o que ellos identifican con su género.
Tenemos que confiar más en nosotros mismos, si queremos que nuestros alumnos nos imiten y confien también en ellos mismos.
¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? Primero, que a pesar inicialmente las diferencias entre niños y niñas no sean significativas, las podemos acabar generando de manera inconsciente y no querida. Segundo, que debemos autoexaminar muy bien, para ser plenamente conscientes de nuestras reacciones con los alumnos, especialmente de las más básicas, como las miradas. Siempre deben transmitir confianza. Tercero, que debemos confiar más en nosotros mismos, si queremos que nuestros alumnos nos imiten y confíen también en ellos mismos. A través de la actitud positiva que la confianza genera, utilizarán las matemáticas de manera mucho más eficiente. Sólo de esta manera podremos vencer el lastre de los estereotipos de género, que condicionan cómo maduran los cerebros en un círculo vicioso.
Aparte de todo esto, un último estudio, en este caso publicado en 2015 en Nature Neurosciences, nos indica que el cerebro matemático infantil funciona de manera diferente que el adulto. Básicamente, cuando los adultos estamos haciendo razonamientos matemáticos, la parte del cerebro que tenemos más activa es la corteza frontal y prefrontal, que corresponden a las zonas de pensamiento racional. En cambio, en los niños se activa más el hipocampo, que es el centro que gestiona la memoria. También se les activa la corteza, y los adultos también se nos activa el hipocampo, pero en un porcentaje diferente.
Durante la adolescencia es cuando se produce el cambio y se estabilizan las relaciones entre estos dos zonas del cerebro. Quiero decir con esto que los niños deben memorizar las matemáticas para aprenderlas? Por supuesto que tienen que utilizar la memoria y potenciar esta habilidad, pero también el razonamiento. Lo que quiero decir es que debemos ser conscientes de que su cerebro funciona diferente del nuestro, y que por tanto el tipo de respuesta que darán a nuestras preguntas, o el razonamiento que harán, será diferente a lo que haríamos nosotros.
Si asumimos esta diferencia, seguramente nos resultará más fácil mostrarles nuestra confianza y ayudarles a confiar en ellos mismos. Que no digan lo que esperamos no debe ser motivo de desconfianza. Repito, el aspecto que permite predecir mejor el alcance de los conceptos matemáticos es la actitud positiva de los alumnos hacia esta materia, y en parte, en buena parte, esto pasa también por nosotros, para que les contagiamos a través del ejemplo.
David Bueno
Profesor e investigador de la facultad de Biología de la Universitat de Barcelona
Autor del libro Neurociència per a educadors
