Aprender y jugar al aire libre
Cada vez hay más escuelas que se deciden a transformar los patios para ofrecer a los alumnos una experiencia educativa más enriquecedora al aire libre. Se trata de una transformación física pero también mental.
El juego libre es una herramienta poderosa de naturalización de la escuela y del currículo, que complementa muy bien la transformación de los patios en un modelo más verde y orgánico. En este proceso son fundamentales la mirada y la actitud del maestro. Más allá de la transformación física del patio, es decir, la modificación arquitectónica del espacio, estamos hablando de una transformación mental, todo un cambio en las miradas, las actitudes y las rutinas que lo acompañan. Este segundo punto es, con diferencia, el más difícil y menos vistoso.
El juego libre es un gran aliado de los patios naturales y de las salidas fuera del entorno escolar. Es lo que permite indagar, explorar, experimentar y aprender de manera empírica, directa y manipulativa. Es sabido que el aprendizaje endógeno y motivado por el interés propio queda mejor grabado en el cerebro que cuando está gestionado por terceros. Mediante el juego libre se produce una secuencia de búsqueda del placer, exploración de los límites, encuentro con el riesgo y experimentación de la libertad personal que difícilmente se alcanzan a través del juego didáctico. Todo ello representa una oportunidad de crecimiento personal para los alumnos de cualquier edad que va más allá del currículo, pero que también permite trabajarlo, siempre que se haga en los ambientes y con los elementos adecuados.
Un patio naturalizado -o el exterior, en el sentido más amplio- debería ofrecer abundancia y diversidad de espacios y materiales, que enriquezcan las posibilidades del juego libre. Los materiales naturales son abiertos, polisémicos, cálidos y amables. En cuanto a los espacios, se puede ir más allá del huerto añadiendo jardines de vida salvaje, bosques comestibles, huertos sensoriales, etc., alternando con sitios pensados para el juego más activo y rincones para la intimidad. El diseño del espacio es fundamental, pero está condicionado por las pautas que den los adultos, en una etapa en la que el aprendizaje es más rico. El diseño permite elegir a qué, con quién, dónde y con qué se juega y se ponen en marcha habilidades de lenguaje y personales, como las capacidades discursiva, de negociación, de persuasión, de escucha, de empatía, de cooperación o de autonomía.
Evaluar riesgos y beneficios de la educación al aire libre
Uno de los aspectos más importantes a la hora de diseñar un espacio y un tiempo para el juego libre es valorar los riesgos y los beneficios que puede aportar. En un entorno naturalizado, hay una preocupación lógica que se puedan producir accidentes. Por eso cualquier proyecto de naturalización de la actividad escolar, sea en el patio o fuera de la escuela, deberá incorporar un plan de evaluación de riesgo-beneficio. Así se valorarán los riesgos que conllevan los diferentes tipos de juego (correr, saltar, trepar …) en los diferentes ambientes (rocas, árboles, estanques, etc.) para cada grupo según sus características (ratio, densidad de ocupación del espacio, edad, diversidad funcional…). Pero es necesario que se indiquen también los beneficios que cada una de estas situaciones puede aportar, para evitar caer en una sobreprotección. Se sabe, por ejemplo, que subirse a un árbol no sólo implica un trabajo motor importante, de coordinación, de conocimiento del propio cuerpo, sino que también fomenta la autonomía, la exploración de límites, la seguridad en uno mismo y , por supuesto, produce una gran alegría.
En el juego libre al aire libre el maestro hace de catalizador para que los aprendizajes se hagan de manera segura y placentera, procurando intervenir sin interferir.
En todo ello son muy importantes la mirada y la actitud del maestro, que tiene la función de acompañar en estos procesos. En el juego libre al aire libre, valga la redundancia, es precisamente el maestro quien hace de catalizador para que los aprendizajes se hagan de manera segura y placentera. El acompañamiento, en este caso, consiste en un equilibrio sutil en intervenir sin interferir. La presencia del adulto debería crear un ambiente de confianza y alegría que protege y acoge el juego libre en todas sus dimensiones, que facilita la prevención autónoma de conflictos y anima a la exploración gradual de los límites, con todo lo que ello conlleva en cuanto a la adquisición de competencias personales. Pero también puede crear situaciones de aprendizaje curricular, mediante la elección adecuada de espacios y momentos, la adaptación a los intereses de los alumnos y la selección de provocaciones y propuestas de juego de libre elección.
Cosas tan sencillas como la colocación de materiales o seguir el hilo de una conversación permite trabajar unos aspectos u otros del currículo. En etapas de infantil o los primeros cursos de primaria, sólo hay que observar, escuchar y registrar de manera sistemática lo que ocurre durante el juego libre para darse cuenta de que en muchos aspectos el currículo se va completando sin necesidad de programarlo. Así, un proyecto de naturalización de la escuela no sólo necesita reverdecer el patio, sino también reverdecer la mirada y el corazón de la comunidad escolar.
Bióloga, cofundadora del GJN Saltamontes y la Federación EDNA. Autora del libro: “Jugar al aire libre“
Artículo publicado en la revista Perspectiva 414