Hacer de maestro y hacer posible un lugar en el mundo
Jaume Funes nos habla sobre su libro “Fer de mestre quan ningú no sap per a què serveix” (Eumo Editorial), un libro que plantea muchas preguntas sobre el oficio de maestro, de cómo educar mientras se facilita el aprendizaje, del que se espera de los profesionales que están al lado de nuestros hijos, y de cómo la escuela educa para la democracia.
Un reto que no se consigue a partir de invocar valores y principios sino a partir de tratar el alumnado con dignidad, estimular la convivencia y garantizar la igualdad de oportunidades.
Este libro también está lleno de preguntas que buscan respuestas sobre el oficio de educar enseñando. Una de ellas es la de si, en la escuela, “¿También debemos educar ciudadanos?”.
Nos propone compartir algunas de las respuestas que pone a debate, que sugiere a los profesionales que empiezan ya los que acumulan trienios de oficio pero no quieren acumular desencanto educativo.
La escuela, afirmo, es el lugar en el que practicamos las formas de vida que compartimos y acogemos con respeto las diferentes. En la escuela aprendemos, y educamos en, todo lo que nos une y nos libera. Lo que nos convierte en ciudadanas y ciudadanos y lo que nos permite comprender la realidad sin dependencias.
Cada vez que nuestros representantes políticos se encuentran con alguna dificultad social, alguna novedad social que parece alterar el orden educativo imperante, pensamos que la escuela debería enseñar lo que hay que saber que la sociedad o los niños no tengan problemas. Como sabes muy bien, tanto puede ser la educación contra el machismo, como la prevención de las drogodependencias, como la circulación segura por las calles. Como si se tratara, simplemente, que la escuela enseñe algo más.
Pero, la escuela no es un cajón de aprendizajes a reciclar y ampliar, y que entre ellos exista la ciudadanía, ahora especialmente necesaria porque, dicen, la sociedad se desintegra. La escuela no se dedica a fabricar ciudadanos educados sino que es el lugar, el contexto prioritario, de la ciudadanía.
Hacemos posible que se conviertan en personas, pero estas personas no son individuos aislados, sino que son personas en la medida en que forman parte de algo. En la escuela, formar parte significa participar y tú organizas la clase para que esto sea posible, haces que participen en su funcionamiento, pero también en las formas de aprender, en la relación entre ellos y ellas y en la relación contigo.
Educas ciudadanos para que participen en la clase, participan en la escuela y su experiencia les permita participar en casa, en la comunidad, en el barrio (o descubrir que no les dejan participar). Por lo menos, tú intentas que puedan ser ciudadanas y ciudadanos fuera porque lo son en la escuela. La escuela es el lugar en el que deben poder pasar del singular de cada vida en plural de la vida en común.
Pero la condición de ciudadano siempre está bajo amenaza, ya sea por la sumisión que esperan los poderes, ya sea para la gestión social de las desigualdades y las diferencias. Las desigualdades de origen, las migraciones familiares, las inseguridades y las diferencias legales, de lenguas y religiones, etc. tienden a generar ciudadanías de primera y de segunda. En la escuela construimos ciudadanía para que nuestros niños pueden dominar la lengua (las lenguas) que les permite comunicarse con todo el mundo; acceden a los saberes, los conocimientos (son «cultos») y, también, tienen permanentemente la experiencia de la dignidad, de saber que importan, saber que tienen un lugar en el mundo.
Día a día, todo el mundo es tratado por igual y de manera singular. En la escuela no pedimos carnés, no hacemos categorías, no tenemos más o menos «inmigrantes», garantizamos para todos el derecho a la educación. Son tratados como ciudadanos, practican la ciudadanía, descubren que pueden reclamar formar parte del grupo en condiciones de igualdad.
La escuela no tiene como finalidad enseñar la democracia. Sobran las pretensiones de tener asignaturas que forman el espíritu nacional o educan el patriotismo o hacen aprender el himno nacional. En la escuela educamos para la democracia y practicamos la democracia. En la escuela hacemos posible que todo niño y adolescente se convierta ciudadano porque ha adquirido las competencias y las capacidades para serlo, porque comprende el mundo en el que tiene que vivir y puede encontrar su lugar y su papel. Puede adquirir y dominar los saberes que necesita y puede formar parte. Educamos para la democracia porque no renunciamos a comprender y explicar la realidad, no renunciamos a estimular la libertad (para pensar, para ser, para convivir).
Pero educamos democráticamente. A lo largo de los tiempos de escuela ofrecemos sistemáticamente la posibilidad de que tomen decisiones, organizamos espacios de libertad, facilitamos la gestión de los conflictos, estimulamos a descubrir y construir lo común. Además, sabemos que el sujeto educativo de la escuela no son los individuos. Educamos de manera personalizada, pero tenemos presente que el progreso de cada uno depende del de todos.
Quizás hay que olvidar que la escuela no educa democráticamente porque invoque continuamente una serie de valores de carácter poco menos que sagrado, propios de una sociedad democrática. Realmente educa en democracia porque produce justicia. Al tratar cada alumno con dignidad, compensar las oportunidades negadas y estimular la convivencia entre diferentes, educa en la esencia de la democracia.
Psicólogo, educador y periodista especializado en el mundo de los adolescentes y sus dificultades sociales
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