¿Desde qué emoción trabajáis? Amor o temor en la relación con los demás
¿Habéis intentado alguna vez analizar situaciones que no han sido agradables para vosotros? Este es un ejercicio que más impactados deja a los alumnos de la asignatura de habilidades sociales de los Grados de Educación Social y Trabajo Social de la Facultad Pere Tarrés. La actividad consiste en hacer un análisis de diferentes situaciones en las que los alumnos consideran que no se han salido bastante bien. Entre otros aspectos, siempre les pedimos que reflexionen cuál ha sido la emoción principal que predominaba en su acción, si el amor o el temor.
Como os podréis imaginar, la emoción mayoritaria en las acciones que no nos dejan buen sabor es el temor y las emociones secundarias que éste genera son la ira, la rabia, el miedo o el enojo, entre otros. Esta es una emoción que nos posiciona en defensa, con inseguridad, predispuestos a atacar al otro, y esto acaba generando tensiones en las relaciones, conflictos y malentendidos.
A menudo, sin darnos cuenta, afrontamos muchas situaciones desde esta emoción. No es muy importante, si son nuestros pensamientos o las experiencias anteriores, las que nos llevan a posicionarnos de esta manera. El resultado siempre es que desde esta posición es muy difícil poder ayudar al otro y hacer que los demás confíen en nosotros.
En cambio, cuando nos forzamos (porque desgraciadamente no sale de manera natural aún) a actuar desde el amor (con empatía, comprensión, bondad …), el resultado es muy diferente. La persona con la que nos relacionamos percibe nuestro interés, siente que la escuchamos y la queremos comprender, entiende que una diferencia en nuestros posicionamientos no es sinónimo de ataque ni de ofensa, al contrario, es que queremos compartir y llegar a un acuerdo. Cuando actuamos desde el amor las relaciones se hacen más fuertes, más sinceras y más humanas.
Y no se trata de un amor ciego que no ve defectos, ni mejoras en el otro. Se trata de un amor que nos acerca al otro para corregir lo que sea necesario, para comentar todo lo que sea necesario. Como educadores que poder reconocer y poner en valor esta parte de humanidad de los demàs y hacerlo desde nuestra parte más humana y comprensiva tiene todo el sentido.
Transformar las situaciones vividas desde el temor a situaciones experimentadas desde el amor ofrece la oportunidad de ver que a veces estas pequeñas acciones son muy poderosas. Es un simple gesto que abre muchas puertas a otros y en uno mismo. Es la llave maestra que todos los profesionales de la relación de ayuda y de la educación necesitamos.
¿Cómo podemos actuar desde el amor?
Para actuar desde el amor lo primero que hay que hacer es ser consciente desde dónde nos posicionamos en la mayoría de situaciones. Cualquier momento es válido para parar y pensar: ¿Lo estoy haciendo desde el amor? Por ejemplo: estamos contando una actividad y un niño que no la ha escuchado después nos pide que le digamos que tiene que hacer. ¿Respiramos un segundo, ponemos una sonrisa en nuestra cara y repetimos con el mejor tono de voz posible? ¿O por el contrario, nos sale un tono un poco más alto y respondemos de mala gana? O en el caso de que un compañero nos comunica que finalmente no podremos tenemos la reunión el día acordado y hay que buscar otro hueco en la agenda. ¿Respondemos pensando en lo que el otro puede necesitar y justifica que pida un cambio? ¿O pensamos por dentro que es muy difícil agendar reuniones y que “ya le vale”? Y en casa, si alguno de los pequeños le cae un vaso y se rompe, ¿nuestra respuesta es desde la calma y la serenidad intentando no culpabilizar al niño? ¿O ponemos el énfasis en todo lo que tiene que vigilar para no ser torpe?
Todas las situaciones (¡todas, eh!) nos permiten posicionarnos desde alguna de las dos emociones. Si somos conscientes desde dónde actuamos, podremos decidir que queremos cambiarlo. Para ello será necesario detenernos dos segundos antes de dar una respuesta automática y extraer lo mejor de nosotros. Si al principio la tendencia es partir de una respuesta algo más agresiva, basta detenerse en el momento que nos hacemos conscientes y continuar actuando a partir de ese momento desde el amor. No os quiero engañar, no es sencillo al principio porque se trata de romper hábitos, pero es posible y el resultado vale la pena.
Con los niños, podemos trabajarlo jugando. Podemos seleccionar diferentes situaciones cotidianas para ellos y hacer como un teatro. Actuamos desde las dos opciones y después elegimos aquella que nos aportaría mayor felicidad. Poco a poco, podemos irlo extendiendo a todas las situaciones del aula (gestión de conflictos, intervenciones en el aula, etc.).
Lógicamente, para ayudar a gestionar estas emociones a los demás, antes hemos de poder saberlo hacer nosotros. Si nos acostumbramos a actuar y responder desde el amor, seremos los mejores modelos para todas las personas que nos rodean. Nuestros niños verán alternativas reales para poder cambiar y, en general, lograremos tener un mejor clima en todo nuestro entorno.
No sé qué pensaréis ni si os encontráis capaces de hacerlo, pero os pediría que no os lo penséis mucho. Haced la prueba (allí donde os sintáis más cómodos para empezar) y prestad atención a los cambios que se generan en los demás y en vosotros mismos. Sólo así sabréis si estáis diciendo una verdad…
Doctora en pedagogía, coach i educadora social
Profesora de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés