LOS NIÑOS Y EL DERECHO A LA CIUDADANÍA
He escrito estas líneas sobre la imagen de niño y de infancia, y escribiendo estos apuntes pienso que el 20 de noviembre es el Día Mundial para los Derechos del Niño. Y entonces me pregunto: ¿cómo se construyen, hoy, los niños (y nosotros con ellos) una idea, un sentimiento y un derecho de ciudadanía? ¿En qué derechos pensamos? El derecho a la vida, claro, pero junto con este, de forma irrenunciable, existe el derecho a la educación, y quisiera añadir el derecho a la belleza y la alegría.
La educación (y el concepto de infancia) es una construcción cultural, social y política; por ello pide necesariamente solidaridad y diálogo entre todos los que, a título diferente, determinan elecciones y orientaciones culturales.
El proyecto educativo en las guarderías y parvularios municipales de la ciudad de Reggio Emilia tiene raíces lejanas en el tiempo: un proyecto y una experiencia concreta hechos posibles por la participación activa de muchos hombres y mujeres, y por la voluntad de una ciudad de invertir directamente en la educación de las jóvenes generaciones. Una inversión en el presente que pretende mirar con optimismo hacia el futuro.
Cada uno de nosotros -como educador y como persona- lleva en sí mismo una imagen de niño: una imagen que maduramos en nuestra experiencia personal y del patrimonio social y cultural al que hacemos referencia. Nuestra imagen de niño, y de persona, es la de protagonista activo que contribuye, a cualquier edad, la construcción de la comunidad a la que pertenece y de la que es responsable.
«Los niños -escribe Carla Rinaldi en un ensayo- están biológicamente predispuestos a comunicar, a estar en relación, a vivir ellos mismos en relación. Escuchan la vida en todas sus formas, colores, y escuchan los otros: los adultos y los coetáneos. Los niños perciben rápidamente que el acto de escucha, es decir, observar, pero también tocar, oler, saborear, buscarse es un acto fundamental para la comunicación y la relación.»
Aquel en que nosotros pensamos es, pues, un niño fuerte, porque su fuerza radica en una gran disponibilidad de recursos y potencialidades. Es un niño que entra enseguida en la complejidad del mundo y que debe ser escuchado y respetado en su capacidad de hacer, pensar, construir relaciones. Y que, en cambio, no quiere ser definido, como ocurre demasiado a menudo, por lo que no sabe hacer: no sabe hablar, no sabe caminar… Es un niño curioso, al que le gusta buscar y explorar, desafiar el pensamiento en solitario y con los otros; a quien le gusta y que busca la relación, sin la cual -como cada ser humano- «muere».
Es un niño autor de las propias ideas desde el nacimiento, que sabe preguntarse y preguntar a otros y las cosas, y que busca maneras propias y originales para construir su conocimiento personal del mundo. Un niño, pues, dispuesto a lo nuevo y diferente, para que cada niño lleva en sí mismo una historia, un destino, un sentimiento y una esperanza de futuro. Aquel al que nuestra experiencia educativa se refiere es un niño portador y constructor de derechos, que pide con fuerza ser escuchado, respetado y valorado en su propia identidad y unicidad. Todo esto, sin embargo, puede quedar sólo como una serie de hermosas definiciones. Creo que tenemos que ser conscientes de que, si asumimos esta imagen de niño y de procesos de aprendizaje, estamos obligados en consecuencia a invertir nuestra forma de pensar en la educación, la función de la escuela y los educadores. En esencia, el concepto de cultura. Esta imagen de niño y de infancia nos obliga a repensar en términos diferentes la relación entre enseñanza y aprendizaje. Entre una escuela de la instrucción y una escuela de la educación.
Si esta es la imagen de niño a que hacemos referencia, la escuela sólo puede ser pensada como sistema, como un organismo vivo, como un laboratorio de gente que busca y que aprende conjuntamente. Una escuela en la que los adultos -los educadores- deberían ser capaces de proponer, en el día a día, una red de situaciones de aprendizaje, de investigación, de juego y de trabajo; más que dispensar soluciones seguras y recetas unívocas.
Es un maestro que debería saber poner en práctica siempre el arte de la duda, de la espera y de la curiosidad hacia lo que aún no se conoce: una figura de educador-investigador que no se limita a aplicar programas definidos por otros sino que contribuye a la elaboración teórica en diálogo con otros profesionales.
Teoría y práctica, pues, están estrechamente conectadas en una relación circular de ida y regreso continuos: esto pide, sin embargo, una idea de educador que tiene una necesidad vital de construir su propia profesionalidad en constante relación con los compañeros y compañeras, con las familias y con los niños.
Me gustaría concluir estas breves notas confiando a los niños la tarea de completarlas. Los que se incluyen a continuación son algunos de los muchos pensamientos y deseos expresados por las niñas y niños de cinco a seis años que, al dejar el parvulario, hablan de ellos mismos para presentarse a los futuros maestros de la escuela primaria:
«Los niños son una persona humana… Es importante ser niños antes de convertirse en grandes, porque es la vida que te da la energía para cuando seas mayor…», Filippo
«Es mejor para los niños intentar hacer las cosas solos, porque si pruebas de hacerlo solo aprendes… porque cuando miras de hacer algo debes inventar las ideas…», Ilaria
«Los años no deben pasar deprisa porque nosotros éramos felices antes de hacernos grandes, para que los niños pueden hacer muchas más cosas y porque son más valientes…», Davide
«Quisiera estar bien en la tierra»… Este es uno de los deseos de la Giorgia que, en su extraordinaria esencialidad, suena al mismo tiempo como la afirmación de un derecho universal para todos los niños, independientemente del lugar donde vivan, y como advertencia -a nosotros los adultos- que reclama nuestra conciencia sobre el hecho de que estamos todos juntos en un destino común como habitantes de este planeta.
Mara Davoli
Pedagoga, attelierista, consultora de Reggio Children y formadora a la Associació de Mestres Rosa Sensat.
Formadora de Rosa Sensat
