Una gran historia de supervivencia y libros
Hace unos días me encontré con una preciosa tira del dibujante Liniers que decía: «Si un libro es extraordinario, el lector que lo empieza no es el mismo que el que lo acaba». Esta misma sensación la he tenido al leer La bibliotecaria de Auschwitz, del periodista cultural Antonio G. Iturbe.
Antes de escribir esta novela, el autor no había tenido mucho interés sobre Auschwitz, pero después de leer La biblioteca de noche de Albert Manguel y de conocer la existencia de una pequeña biblioteca secreta en el campo de concentración, se sintió muy atraído por este hecho: «¿Cómo era posible que en un lugar tan horrible como aquel la gente aún pensara en educar y en leer? Y quise saber más».
Así que, después de cuatro años de trabajo, Antonio Iturbe nos ofrece esta obra que esconde una reflexión principal: «Para sobrevivir hace falta comer y beber, pero si no tenemos la capacidad de soñar o si no nos podemos asomar a esa ventana que supone la lectura, la vida es apenas supervivencia»..
La bibliotecaria de Auschwitz explica la historia real de una chica judía de catorce años llamada Dita Kraus (Adlerova por aquel entonces) y de su familia. Fueron deportados de la ciudad checa de Praga donde vivían a la ciudad Gueto de Terezín, un lugar que ahora ya sabemos que los nazis utilizaron con fines propagandísticos de cara a la Cruz Roja internacional, y donde se mantenían unas condiciones de vida menos inhumanas que las reservadas a los otros guetos como los de Varsovia o Lodz.
En Terezín Dita se sumerge en el trabajo de ayudante de biblioteca, va con un pesado carretón lleno de libros. Es la biblioteca ambulante. Y por la noche se abandona a la lectura reparadora de La montaña mágica de Thomas Mann. Será aquí donde conocerá también a Fredy Hirsch, un judío de origen alemán que es un respetado atleta y líder de uno de los múltiples movimientos de juventud sionistas que existían en Centroeuropa antes de estallar la guerra.
Un tiempo después, son deportados de nuevo, esta vez a Auschwitz-Birkenau, donde se ha creado un «campo familiar» para poder enseñar a la Cruz Roja el “buen trato” que se les dispensa a los judíos. En estos campos se mantienen las familias con niños pequeños y gente mayor. Es cierto que el hambre, las enfermedades, el frio, los golpes y el trabajo esclavo están al orden del día, pero al menos han evitado la selección hacia las cámaras de gas nada mas bajar del tren de vagones de ganado.
En este campo Fredy Hirsch es el escogido para gestionar las actividades en el bloque 31, que es el barracón pensado para entretener a los niños —mientras los padres trabajan— con actividades inocuas: cantar canciones y hacer obras de teatro como Blancanieves. Pero en realidad, detrás del velo oficial y secretamente, allí se dan clases de Matemáticas, Lengua, Geografía, Historia, Bellas Artes… Y además se leen libros. Ambas actividades totalmente prohibidas y castigadas con la muerte.
La pequeña y valiosa biblioteca clandestina la formaban ocho libros, entre los que estaban Breve historia del mundo de H. G. Wells, una de las obras de Freud, un atlas, una gramática rusa, un libro de matemáticas… Todos sucios, roñosos, rotos y remendados mil veces, pero protegidos como un tesoro de las inspecciones de los SS por Dita, que recibe el encargo de Fredy Hirsch de convertirse en la bibliotecaria del bloque 31.
La situación de Dita no es fácil, y al peligro en que se encuentra cada día pendiente de los registros, tendrá que añadir la siniestra atención que promete dedicarle el tristemente famoso Ángel de la Muerte, el doctor de las SS Josef Mengele.
La novela está escrita en un estilo directo. El presente de indicativo nos permite estar en el lugar de la acción en tiempo real, y narrativamente hablando no hay futuro. La trama lineal llena de incertidumbre y suspense se alterna con recuerdos de los diferentes personajes que nos ponen al corriente de su repertorio vital. Definitivamente, aunque la novela sea un poco premiosa en algunos momentos, a partir de un cierto punto te acaba secuestrando hasta el tuétano.
Es cierto que la lectura de La bibliotecaria de Auschwitz no es emocionalmente fácil. Y aunque sea un libro que trata hechos muy duros, terribles muchas veces, no se recrea nunca en el horror, más bien al contrario, siempre intenta encontrar, como su protagonista, un pequeño rincón para la esperanza.
Después de la lectura, me aventuro a decir como conclusión que seremos un poco mejores cuando lleguemos a la ultima página de esta extraordinaria novela.
Podéis encontrar este libro publicado por Planeta —y su versión catalana en Columna— en nuestra tienda online, así como muchos otros títulos en los que refugiaros un rato o simplemente salir diferentes después de leerlos.
Ramon Gual Devesa
Librero de Abacus Urquinaona