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EL VALOR DE LA DEDICATORIA

Cuando un instante queda para siempre se mantiene vivo en un libro

Antes que las nuevas tecnologías llegaran a nuestras vidas para cambiar la forma en que nos relacionamos, nos comunicamos o consumimos; antes que la palabra “selfie” estuviera en boca de todos y sirviera para inmortalizar los mejores momentos de nuestras vidas, la relación entre “nosotros” como seguidores, y “ellos” como ídolos era mucho más compleja que ahora, y a menudo se hacía a través de la dedicatoria escrita.

Para conseguir una firma, una dedicatoria o un autógrafo de aquellos personajes públicos que nos hacían suspirar requería de mucho esfuerzo: ir a un punto de la ciudad donde coincidir con tu ídolo, llevar un bolígrafo y el papel o libro, hacer cola y, llegado el momento, comprimir todo lo que siempre le habías querido decir en apenas un minuto. I esto sólo para conseguir el testimonio vivo de aquel momento.

Las dedicatoria hoy en día

Este ritual por suerte ha sobrevivido a las nuevas tecnologías y a las Redes Sociales. El claro ejemplo son las firmas durante la jornada de Sant Jordi. En esta diada son todo un clásico las colas formando ríos de gente en las calles, delante de las mesas de los autores con la intención de inmortalizar un momento único y dotar de un nuevo valor su libro.

Esta formula de promocionar los libros, que tiene la virtud de complacer a todos los agentes del sector del libro, es además el formato ideal para que los autores puedan conocer de primera mano sus lectores y viceversa, iniciando así el correspondiente ritual -tan íntimo como ceremonioso- de saludarse, cruzar unas palabras, sacarse una foto, sellarlo con una dedicatoria. El saludo queda en el recuerdo de cada uno, y la foto, con los años, acabará perdida en alguna tarjeta o lápiz de memoria que no sabremos dónde para; en cambio, la dedicatoria se mantiene allí, inalterable, entre las primeras páginas de un libro que ya es único, y que forma parte de un proyecto compartido con mucha otra gente que ni siquiera conocemos.

Y el libro cobra nueva vida

Cualquier grafólogo admitiría que el mejor de las firmas es que no son mudas. Hablan del autor, están vivas, plasman el momento, incluso la emoción. Y, pensándolo bien, en el caso de aquellas estampadas por los escritores en los libros de sus lectores, permiten una paradoja divertida, un cambio de roles interesante: porque los lectores, de repente, pasan a ser los narradores de una historia propia e irrepetible, la aventura de cómo un día – puede que durante un San Jordi- consiguieron aquella dedicatoria que tanta ilusión les hizo.

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